La voz
Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula,
Todo, ya polvo griego, ya ceniza latina
Se confundía. Yo era alto como un infolio.
Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme:
«La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
Yo puedo (¡y tu placer jamás tendrá ya término!)
Forjarte un apetito de una grandeza igual.»
Y la otra: «¡Ven! ¡Oh ven! a viajar por los sueños,
lejos de lo posible y de lo conocido.»
Y ésta cantaba como el viento en las arenas,
Fantasma no se sabe de que parte surgido
Que acaricia el oído a la vez que lo espanta.
Yo te respondí: «¡Sí! ¡Dulce voz!» Desde entonces
Data lo que se puede denominar mi llaga
Y mi fatalidad. Detrás de los paneles
De la existencia inmensa, en el más negro abismo,
Veo, distintamente, los más extraños mundos
Y, víctima extasiada de mi clarividencia,
Arrastro en pos serpientes que mis talones muerden.
Y tras ese momento, igual que los profetas,
Con inmensa ternura amo el mar y el desierto;
Y sonrío en los duelos y en las fiestas sollozo
Y encuentro un gusto grato al más ácido vino;
Y los hechos, a veces, se me antojan patrañas
Y por mirar al cielo caigo en pozos profundos.
Más la voz me consuela, diciendo: «Son más bellos
los sueños de los locos que los del hombre sabio».
¡Reloj! ¡Divinidad siniestra, horrible, impasible,
Cuyo dedo nos amenaza y nos dice: ¡Recuerda!
Los vibrantes Dolores en tu corazón lleno de terror
Se plantarán pronto como en un blanco;
El Placer vaporoso huirá hacia el horizonte
Tal como una sílfide hacia el fondo del pasillo;
Cada instante te devora un trozo de la delicia
Acordada a cada hombre para toda su estancia.
Tres mil seiscientas veces por hora, el Segundero
Murmura: ¡Recuerda! —Rápido, con su voz
De insecto, Ahora dice: ¡Yo soy Antaño,
Y yo he bombeado tu vida con mi trompa inmunda!
¡Remember! ¡Recuerda! pródigo Esto memorl
(Mi garganta de metal habla todas las lenguas.)
¡Los minutos, muerte juguetona, son gangas
Que no hay que dejar sin extraer el oro!
¡Recuerda! que el Tiempo es un jugador ávido
Que gana sin trampear, ¡en todo golpe! es la ley.
El día declina; la noche aumenta: ¡recuerda!
El abismo tiene siempre sed; la clepsidra se vacía.
Luego sonará la hora en que el Divino Azar,
Donde la augusta Virtud, tu esposa todavía virgen,
Donde el Arrepentimiento mismo (¡oh, el postrer refugio!)
Donde todo te dirá: ¡Muere, viejo flojo! ¡es muy tarde!"
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